El 3 de marzo de 2020, se detectó el primer caso de una persona contagiada por el virus Covid 19. La pandemia que nos aflige ha impedido, una vez más, lo que años anteriores constatábamos con alegría: las populares peregrinaciones marianas en Lo Vásquez, en el Santuario del Cerro San Cristóbal y así tantas otras a lo largo de Chile para celebrar a la Virgen Santísima. En medio de todo esto y de tanta otras situaciones personales y sociales, difíciles o alegres, los creyentes católicos iniciamos un hermoso tiempo llamado “Adviento”, que significa espera. En nuestra fe, significa espera de Cristo Jesús.
Jesús recibió muchas preguntas y cuestionamientos acerca de su identidad: “¿No es éste Jesús, el hijo de José?”; “¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”; “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”. Por otra parte, de Jesús se conocía su procedencia según la carne. Era de Nazaret; y de Nazaret “¿puede salir algo bueno?”.
Jesús mismo preguntará a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?… Y ustedes, ¿qué dicen que soy yo?” Con todo, será un pagano romano, de nombre Poncio Pilato, quién hará una pregunta relevante. Lo hará en el simulacro de justicia a Jesús inocente: “¿De dónde eres tú?”
Esta es la pregunta cuya respuesta solamente la dará el mismo Jesús y que nos sitúa ante la verdadera identidad del Señor. Son las preguntas que debemos hacernos: “¿de dónde eres tú?”; y “¿para qué has venido?”.
El tiempo de Adviento, nos renueva en las fuentes de la esperanza cristiana, porque aguardamos la llegada del Hijo de Dios que, contra toda lógica humana, asume nuestra condición indigente, nuestra precariedad, nuestra pobre debilidad, para salvarnos desde ella y no sin ella. Son las “periferias existenciales” de las que nos habla el Papa Francisco. Asumimos los aguijones que nos hacen sufrir para dejar que Cristo sea nuestra fortaleza. Aborrecemos nuestro pecado, pero nos gloriamos mucho más todavía en la misericordia de Dios que nos sana y rehabilita. De este modo, ante la evidencia de nuestra debilidad, elevamos espontánea y confiadamente el clamor de los pobres de Dios: ¡Ven, Señor! ¡Ven a salvarnos! ¡Ven, Señor Jesús! ¡No tardes!
¿Para qué ha venido Jesús? En forma excelente y sencilla lo dice el prefacio del primer Domingo de Adviento, en una alabanza al plan amoroso de Dios: “El vino por primera vez en la humildad de nuestra carne para realizar el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación”. Es lo que celebraremos en Navidad. Parafraseo un pensamiento que leí alguna vez: el miedo golpeó la puerta, abrió la fe y no había nadie.
Le pido a los católicos que tengamos presente en nuestra oración a las familias, a los enfermos, a los ancianos, a los migrantes, a las personas solas. Oraciones también por las nuevas autoridades que asumirán los mandatos en marzo próximo.
Pidamos la intercesión de la Virgen María y la protección de San José por todas estas intenciones.
Muchas bendiciones en esta Navidad y los deseos de todo bien para el próximo año.
+Cristián Contreras Villarroel, Obispo de Melipilla.